Dicen que los jóvenes de ahora no saben ligar. ¡Je, no seré yo! Esta misma noche he quedado con una pibita y si os digo lo que tengo preparado, vais a flipar. ¿Sabéis que según la estadística la mayoría de las parejas tienen la primera relación sexual en su cuarta cita?
Aunque si fuera por mí, a la cuarta copa ya estaríamos follando… Por eso, cuando le entro a una chica siempre digo: «¿No nos hemos visto antes?». Y es porque, inconscientemente, la quiero convencen de que ya hemos salido juntos tres veces, así que si ésta es la cuarta… ¡ya toca!
Pero, ¿quién marca el ritmo en una cita? Nosotros no. Los tíos lo pasamos fatal preparando una cita, tanta incertidumbre, tanto sacrificio y sin saber hasta el final si vas a triunfar. Porque eso sólo lo saben ellas. Que anda que no hay que currárselo, ¿qué no?
Pero bueno, a mí me viene bien preparar de vez en cuando una noche de amor, porque así me lavo. Eso es algo que tengo muy claro: si quedo con una tía tengo que estar limpio. Y aunque la ducha limpie igual, no me confiaría y os recomendaría un buen baño. Yo siempre echo en el agua todo lo que tengo: perlas de gel, aceite Johnson, Blanco Nuclear, Mimosín, Fairy, lo que sea… Y si aun así no es suficiente, lo que hago es menear un poco el culo hasta que haya tanto espuma como en las películas de Ava Gadnerd.
Me tumbo, me relajo, dejo que la mierda se ablande, hasta que de pronto me veo los pies y descubro que tengo dedos, como en las manos. ¡Joder, las uñas, hay que cortarlas! ¡Aunque sea con las tijeras de podar! No vaya a ser que luego, en caso de conseguirlo… te cargues la noche porque le has hecho un arañazo en una de sus piernas, tan suaves. Porque las mujeres lo que hacen es depilarse, ¿verdad? Cuando quedan con un tío se lo depilan todo, se quedan como un huevo duro.
A mí hay una cosa que me obsesiona cuando preparo una cita: se me va la olla con el tema del olor. Claro que, en esto, creo que no soy el único. Tengo un colega que cuando invita a una chica a su casa lo perfuma todo: la almohada, las toallas de baño, las tuberías del calentador, la alfombrilla de la puerta. Que yo le digo, ¿qué piensas, tronco, que se va a tirar al suelo nada más llegar?
Hombre, a mí me mola que todo huela bien, lo que pasa es que la peña se excede con esto del olor corporal. Algunos se ponen tanto desodorante que les escuece y luego no pueden bajar los brazos. Es horrible, porque a esto le unes la colonia: ¿cuánta colonia me pongo? Claro, no lo sabes, porque como el bote no tiene prospecto… O sea, que te echas en los sitios donde crees que te va a oler: una gotita aquí, otra gotita allí… Y hay un momento en el que tienes la tentación de ponerte colonia en «ese» sitio. ¡Aaaaaggg! ¡O llega pronto esta tía o me mato!
Y llega la hora de vestirse, solo en la habitación, frente al armario: «¿Qué hago? ¿Me pongo vaqueros? ¡Coño, no tengo otra cosa! Vaqueros con camiseta, claro». Lo que pasa es que todas mis camisetas tienen mensaje y hay muchas tías que no entienden esta poesía: «Te la meto y te la saco hasta que el niño pida tabaco». Ya sé, me dejo el torso desnudo y me unto un poco de aceite a lo Joaquín Cortés… Me miro al espejo. ¡Es que me salgo! Y ensayo mi cara de ligar.
Otra cosa que tengo muy en cuenta si quedo con una chica en casa es la música. Hay que hacer una selección musical guapa. Le abro la puerta con música elegante soul, Lionel Ritchie, «All nigt long… na, na, na». Avanza la noche y veo que la cosa va bien: el bolerito de Ravel, «titiriri, tiririririri, titiriri, tururururrú»… La cosa se ha puesto de puta madre: ¡Los Bee Gees! Lo bueno que tiene es que con los gritos de los Bee Gees no se oyen los tuyos.
Efectivamente, la música es un punto, pero ¿qué me decís de la luz? Te marcas un estudio intensivo de la iluminación directa, indirecta, probando todas las variantes, y al final aflojas tres bombillas y sacas dos velas compradas en un Todo a Cien o Más. ¿A que ponen las velitas? Yo, cuando las coloco en la mesa, pienso: «¡Anda, que te vas a escapar, cordera, dos velitas rojas que he comprao’… y un cirio que aún no te he enseñao’!».
Según algunos teóricos, lo que nunca falla es el champán fino. «Lo meto un momentito en el congelador y lo saco enseguida». Hay que estar al loro, porque la última vez se me olvidó y cuando fui a cogerlo había explotado, por supuesto. Cuando ella dijo: «¿No tienes champán?», porque siempre piden champán, tuve que decirle: «No, pero si quieres, te puedo hacer un sorbete…». No sé si me entendió, porque se fue… Claro que lo más importante de todo es la cena. Para mí, una buena forma de controlar si habrá tema es cómo va la cosa en los platos. Si ella ha zampado a dos carillos, malo. Pero si lo ha dejado todo, buena señal, tendrá que comer algo… Por eso yo no me como mucho el coco y le pongo una lata de fabada de esas de «va prisa, va prisa» y dos o tres pijadas más.
Cuidando todos estos detalles la noche puede ser un éxito, ¿verdad? Pues eso es lo chungo, que nunca se sabe, porque el guión de la noche lo ha escrito ella, y a saber si pone «a la cuarta copa», «al cuarto mes» o «¡al cuarto va a entrar tu puta madre!», y entonces sólo te quedará el remedio del cinco contra el calvo.
Fuente: El club de la Comedia