Hay momentos en la vida que te hacen replantearte todo. Y no hablo de esos momentos épicos como casarse, tener un hijo o descubrir que tu pareja es alérgica a la aspiradora. No, me refiero a esos momentos pequeños, pero potentes, que te atrapan desprevenido en la cola de un cajero automático.
Ahí estaba yo, detrás de un señor que fácilmente podría ser mi abuelo si mi abuelo hubiera sido James Bond en sus años dorados. Este hombre tenía clase, amigos míos. Pero su lucha titánica contra la pantalla táctil del cajero era digna de una tragicomedia shakesperiana. Su dedo, valientemente, intentaba hacer contacto, pero la tecnología, ese monstruo frío e implacable, se resistía.
Me miró con esa mirada de “¿Dónde quedaron los buenos viejos tiempos cuando solo necesitábamos un bolígrafo para hacer transacciones?”. Y entendí. Le ayudé, paso a paso, con la paciencia de un monje tibetano en plena meditación. Y aquí, amigos, llega el momento de la ironía: al terminar, intenta pagarme con un billete de 10 euros. ¡Imaginadlo! En un mundo donde cada vez más las transacciones son digitales, este hombre quería agradecerme con el método de pago más atemporal: efectivo.
Rechacé el dinero, por supuesto. Pero su gesto me dejó pensando. Estamos en una era donde mandamos cohetes a Marte, pero no podemos enseñar a nuestros mayores a usar un cajero. ¡Vaya paradoja! Es como tener un Ferrari y no saber dónde está la llave.
Estos héroes anónimos, que construyeron nuestras carreteras, nuestras escuelas y, sí, nuestros bancos, ahora se encuentran perdidos en un mar de aplicaciones, pantallas táctiles y menús desplegables. Y no solo en los bancos. La salud, la administración, ¡hasta pedir una pizza se ha convertido en una misión imposible!
Es curioso cómo, con cada avance tecnológico, dejamos atrás a aquellos que hicieron posible que estuviéramos aquí. Un poco de humanidad, un toque de paciencia, eso es todo lo que necesitamos para cerrar esa brecha digital. Porque, al final del día, un simple «gracias» o un billete de 10 euros ofrecido desde el corazón vale más que cualquier aplicación en tu smartphone.
Así que la próxima vez que veas a alguien luchando con la tecnología, recuerda: algún día, ese serás tú. Y cuando ese día llegue, espero que haya alguien a tu lado, no para darte dinero, sino para mostrarte el camino. Porque, como sociedad, si dejamos atrás a nuestros mayores, realmente, nos dejamos atrás a nosotros mismos.
Basado en historia vista en Facebook.