Historietas de cuarto de baño

Les voy a hablar del cuarto de baño. Vaya tontería. Pues sí. Pero claro, teniendo en cuenta que pasamos en el susodicho más tiempo en nuestra vida que comiendo o trabajando (si no se lo creen pregúntenle a un funcionario, pregunten…), y ya no hablemos de practicar sexo, vamos.

Por ello me parece un tema interesante de conversación; pero sobre todo me interesa el tema de los baños públicos. De los baños privados no voy a hablar, todos sabemos bien cómo usarlo, salvo el puñetero bidé, que como es conocido, todos lo usamos para lavarnos los pies o dejar las toallas y ropa sucia mientras nos duchamos. No me digan que es para lavarnos nuestras partes íntimas porque eso es mentira. Primero porque es muy incómodo abrirte de piernas y sentarte ahí, apoyado en los bordecitos fríos que te deja tus partes del tamaño de un cacahuete; y segundo porque no entiendo qué orientación escoger: ¿mirando al grifo o mirando al tendido?. Tampoco voy a hablar de los ambientadores porque ese es otro caso por resolver. Qué ideaza lo de hacer que el cuarto de baño huela a pino del bosque y la montaña, para el niño y la niña.

Bien. Yo quería hablar de baños públicos; sí. Pero voy a hablar en particular del caso masculino; del caso femenino hay numerosísimos tratados, como aquél de “¿Por qué las mujeres van juntas al baño?” o el otro de “Como orinar sin tocar el váter con el culo, sujetando el bolso, el abrigo y fumando un cigarro“. Todo esto ya está muy bien tocado y no voy a entrar más ahi.

Es muy curioso cuando estamos en un bar y nos entran ganas de cambiarle el agua al canario y vamos hacia los servicios. Bien, una nota común: los servicios siempre estarán a tomar por culo dentro del bar, en el sitio más recóndito y menos accesible posible, porque claro, el dueño del bar no es bobo; mientras menos se vea, menos tentación de ir, que luego el que limpia es él.

Bien, llegas a la puerta: aquí está el primer dilema: te encuentras un monigote con un paraguas cerrado y otro con un paraguas abierto. ¿Qué coño significa esto? Por qué me haces pensar a las 3 de la mañana con la que transporto encima, tío… Y miras una puerta, y miras la otra. Es el juego de “busca las 7 diferencias”. Coño, pero que esto es serio, oigan: qué fue de aquello del letrerito de Caballeros y Señoras? Joder, dame una pista, tío: en unos dibujines extraños, en otros “OS” para los chicos y “AS” para las chicas… recuerdo en un bar de tapas decorado al estilo de un coso taurino que para acceder a los baños tenías que pasar por detrás de un burladero (ejem) y la puerta de los baños era una montera y una peineta. Acojonante. Es que llegas a la puerta y te encuentras un puto triángulo con un rombo debajo. Miras al otro a ver si te aclara un poco más: una hilera de bolitas en forma de elipse. Ni puta idea. Hasta que caes: joder, una corbata y un collar. Vale, yo creo que soy corbata, así que, por aquí.

Bueno, y eso los que tienen algún cartel en la puerta. Luego hay otros que no lo tienen. Curiosamente la gente, ya acostumbrada, jamás se equivoca a la hora de elegir cuál es el suyo. Hay bares a los que llevo yendo desde hace años en los que jamás he visto un puñetero cartel. Eso sí, el día que lo pongan colocarán un puto jeroglífico de esos y nos joderán la vida.

Y ya estás dentro. Lo primero es que en los servicios de los tíos no sé como demonios lo hacemos pero todo está lleno de mierda, y los meaderos son lo más cutre que puede haber. Bien, si hay una hilera de meaderos siempre cogerás el que está en un extremo. ¿Para qué? para reducir las posibilidades de que venga un mariquita y se ponga a tu lado. Si llega un tío y se pone a mear siempre escogerá el meadero más alejado al tuyo. Eso es lo que hacemos los machos ibéricos. Si escoge uno más cercano, malo. Cuanto más cercano a tí sea el meadero escogido peor. Y si escoge el que está justo a tu lado es como para salir de allí cagando melodías. Otra cosa es cuando solamente hay dos. Claro, la situación es algo embarazosa. El silencio a veces está bien, y si vas a decir algo… ojito: mira a ver lo que dices y piénsalo bien o la puedes cagar rotundamente:

– ¡Joder, qué atasco tenía!
– Pues sí, es que no se puede beber tanta cerveza, tanto calimocho… no puede ser.
– Pues sí tío… mh, mh, bueno, yo ya he acabado. Que te sea leve la noche.
– Venga tío, yo me quedo aquí, no se si terminaré de cerrar el grifo…

Una vez entré en un servicio que tenía a la altura de la mitad de la pared todo espejos, y el agujero de mear (sí este es un método muy medieval) estaba en un esquinazo. Total, que levanté la cabeza y me ví la polla reflejada 7 veces. Como entre alguien a ver cómo coño me la escondo, cagüentó. Sí, otra cosa curiosa es la de los agujeritos en el suelo. No caemos ni gota, oigan. Y es que los tíos nos tomamos lo de mear como un juego. Cuanto más pequeño es el agujero mayor es el reto de apuntar dentro. Eso sí, en casa meas como te sale de la brenca (qué chiste más fácil), no tiene mérito apuntar bien en el váter, y luego salpicas todo y tu madre, con razón, te suelta un sopapo.

Lo mejor es cuando te da un apretón del otro tipo. Porque claro, tú estás en tu zona de baretos guarra, donde los servicios son guarros… ¡no lo vas a hacer ahí, no vayas a coger la malaria, pájaro! Y te desplazas a 15 minutos para buscar un bar céntrico, de gente mayor, de tapeo, que suelen cuidar más los aseos. ¿Y cómo entras? joder, qué palo, entrar y no tomar nada. Es igual, entras disimulando, como que buscas a alguien. Te quedas mirando a todos. Cuando pasas la barra el camarero ya no te puede ver. Ya estás dentro. Y al salir… como si nada, a mí que me registren, yo ya he hecho todo lo que tenía que hacer…

Así que ya para finalizar todo este rollo, simplemente recordar aquél famoso dicho que aparece escrito a boli cutre en muchos cuartos de baño: “mea a gusto, mea contento, pero, so cabrón, mea dentro“.

Vía: Realizando la idealidad

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