Hace mucho tiempo que no os traemos un chiste y nada mejor que hoy. En esta ocasión los protagonistas son dos Españoles que se deciden ir de viaje a Egipto, ese país donde se encuentran las pirámides y momias antiguas. Allí deciden hacer una excursión, como no podía ser de otra forma, para visitar esos rincones mágicos que ofrece el país.
En esa excursión, nuestros protagonistas se pierden y al final descubren ellos una pirámide, algo insólito. Cómo termina la historia sólo lo podréis saber si seguís leyendo más abajo.
En unas vacaciones de verano, dos españoles viajan al Egipto misterioso. Uno de los días los relaciones públicas del hotel organizaron una excursión por el desierto. Los españoles consultaron el tablón de anuncios, se miraron y dijeron:
-Será como dar un paseo por la playa -dijo el uno-.
-Así está el tema -contestó el otro-.
De modo que subieron al autobús (previo pago de 20 US$) con el resto de turistas y se encaminaron hacia la zona de las pirámides. Tras dos horas de camino, llegaron al sitio. Bajaron con el resto de viajeros y, como no podía ser de otra manera, entre el calor, entre que en el fondo ya estaban hartos de ver las pirámides en estampas y documentales, entre que el guía sólo hablaba inglés y árabe y, fundamentalmente, entre que a los españoles por lo general se la suda todo y saben más de todo que cualquiera, incluido, claro, «ese puto moro que no para de hablar y reírse como un gilipollas», se perdieron.
-¡Pardiez! Y ahora qué hacemos.
-Pues seguimos las huellas de las ruedas del autobús y llegamos a la ciudad.
-¡Pues andando!
-¡Así está el tema! -concluyó nuestro amigo.
Y comenzaron su larga caminata.
Cuando ya llevaban seis horas, seis, de camino, uno de ellos tropezó con un guijarro y se dio de bruces contra el suelo.
-¡Ptuf! -exclamó echando un importante pegote de masa, producto de la mezcla de su saliva espesa de caballo, fruto del calor y el ejercicio, y la arena ingerida- ¡Menos mal que esto es como la harina! Si no, me dejo todos los dientes en el suelo.
-Pues ya es mala suerte que te tropieces con la única piedra que debe de haber en treinta mil millones de kilómetros a la redonda.
-El caso es que está como clavada al suelo -comentó, mientras pasaba su mano alrededor de la base de la roca y ésta se iba agrandando cada vez más.
El otro replicó: -parece ser muy grande y estar muy metida en el suelo. ¡Coño! ¡Y es puntiaguda! -se hincó de rodillas y comenzó a dos manos a apartar arena, ayudando a su compañero, que ya hacía rato que escarbaba.
Se les hizo de noche ahondando en el desértico terreno; incluso, a los muy borricos, se les hizo de día. Y cuando por fin se sentaron a descansar, les dio por mirar hacia arriba y se dieron cuenta de que habían desenterrado una pirámide que ríase usted de la de Keops, Kefrén y Mikerinos juntas.
-¡La leche!
-¡La puta!
Así que decidieron, a base de señales de humo que hicieron quemando sus propias ropas, gracias a las gafas de uno de ellos que les sirvieron de lupa, «llamar a los americanos, que tienen muchos aparatos, para que nos la tasen y nos la compren y nos retiren y le den por culo a todo el que nunca ha descubierto una pirámide».
10:30 horas, portaaviones «Despedazator» de la VI Flota en el Mediterráneo. Han recibido la orden de desplazar en helicóptero una dotación de marines y científicos hispanos a una zona del desierto. Top Secret Top Secret Top Secret…
– ¡Hombre! ¡Qué rápidos han sido ustedes!
– ¡Y hablan como nosotros!
– Nos ha jodido, porque les interesa.
– Así está el tema.
Después de ser atendidos médica y alimentariamente, los españoles expusieron el negocio con detalle a los yankees.
El comandante Wilkinson Gonzalez (sin tilde, of course), se lo pensó y aceptó. 20 millones de euros «por una pirámide que te cagas» -como decían los pintorescos españoles-, podía ser de gran interés turístico-estratégico para los Estados Unidos de América (resuena el himno en su cabeza).
De modo que un equipo de científicos, compuesto por cuatro americanos y un japonés, se adentró en la gran pirámide y tardó dos años en salir. Al cabo de los setecientos treinta días de timbas de tute y póker con los marines que se quedaron fuera, asomaron los exploradores.
– ¡Por fin! ¿Qué han averiguado?
– Que la pirámide fue levantada entre el 4.000 y el 3.000 a.C. No tiene ningún interés, es una de entre tantas.
– ¡…!
Seis días después, cuando se les pasó el síncope, y tras hacer un cuidadoso repaso de todo el santoral desde Año Nuevo a San Silvestre, los españoles recuperaron la razón. Gracias a un teléfono vía satélite que habían robado a los americanos -«que se jodan que no se han enterao de ná los muy tolilis»- se pusieron en contacto con un primo de uno de ellos que había trabajado de joven en Düsseldorf y que chapurreaba el alemán.
– ¡Que sí, que estamos bien!… ¡Que no, no vengas a buscarnos!… Bueeeno, ya veremos tu cuatro por cuatro nuevo. Haznos otro favor, verás…
Y le convencieron para que llamara a Alemania, que hablara con quien fuera y que viniera un equipo de científicos a Egipto, «que nosotros ya les comentaremos».
Pues créanselo o no, diez días después aterrizó un avionazo lleno de alemanes científicos. Uno pasaba cada año sus vacaciones en Peñíscola y hablaba aceptablemente el español aunque, en honor a la verdad, las palabras «sangría», «paella» y «qué ojos tienes, morena», las pronunciaba como si fuera de Valladolid.
Vueltos a atender humanitariamente nuestros compatriotas, pasaron a poner en antecedentes a los alemanes que, también, se mostraron muy interesados en el proyecto. De hecho, en el mismo día se metieron en el monumento funerario para no salir durante un año y medio.
– ¡Qué bien! ¡Qué rápidos han sido éstos! ¿Y bien?
– Fue levantada entre la IV y la V Dinastía por un importante rey en el 2.500 a.C., pero no hemos podido averiguar nada más.
Tras separar a uno de los nuestros del cuello del científico teutón que tenía más cerca, los alemanes huyeron despavoridos en su avión.
– Sólo queda una solución -gritó el bravo hispano-
– ¿Cuál?
– ¡Llamaremos a la Guardia Civil!
– ¡Eso!
Y hete aquí que se presentó lo más rápido posible (en cuatro meses) la consabida benemérita pareja. Y escucharon pacientes las aventuras de nuestros héroes.
– ¡Pues la pirámide será para España!
– ¡Y los talegos, en talegos, para nosotros!
– ¡Y nosotros tenientes coroneles!
– ¡Y todos contentos!
– Así está el tema.
Y entraron en la pirámide al grito de «¡Santiago y cierra España!» y, sólo a los dos días, salieron.
– ¡Albricias! ¿Qué han averiguado?
– La primera piedra de la pirámide fue puesta el 17 de agosto del 1727 a.C. por el faraón Aznharón III. Se tardaron 32 años y ocho meses exactos en su construcción. Los esclavos eran los rehenes que se hacían en las guerras contra los bárbaros del sur y se utilizaron un total de 2.544 hombres. A sólo veinte meses de iniciadas las obras, hubo un conato de revolución entre la masa esclava que, como era habitual en la época, fue aplastado a sangre y fuego. El día del entierro del faraón, la esposa iba vestida con sedas rojas tejidas por las hilanderas de Velázquez, perdón, del Nilo, y perfumada con ricas fragancias traídas de Persia por los comerciantes de la corte. La ceremonia la ofició el Sumo Sacerdote, Gran Brahman de todos los mortales, llamado Polotokleo, que la inició con el rito hummita para después continuar con…
– ¡Basta! -interrumpió incrédulo uno de los dos protagonistas- Con esta información tan valiosa seremos ricos pero, ¿cómo lo han conseguido y en sólo dos días?
– Bueno -respondió uno de los Guardias Civiles-, al principio nos costó un poco, la verdad, pero al final logramos que la momia hablara.